MARTHA MARTINEZ FACILITADORA DE HERRAMIENTAS DE AUTOAYUDA

En su libro, “La civilización Empática, Jeremy Rifkin relata una historia Flandes, 24 de diciembre de 1914 La tarde llegaba a su fin. La primera Guerra Mundial de la historia entraba en su quinto mes. Millones de soldados se apiñaban agazapados en la red de trincheras que cruzaban la campiña europea. En muchos lugares, los ejércitos enemigos estaban atrincherados uno frente a otro, aun tiro de piedra. Las condiciones eran infernales. El aire glacial de invierno entumecía los cuerpos. Las trincheras estaban anegadas. Los soldados compartían su cobijo con ratas y otras alimañas. Por falta de letrinas adecuadas, el hedor de excrementos humanos lo impregnaba todo. Los hombres dormían de pie para evitar la porquería y el fango. Los soldados muertos yacían en la tierra de nadie que separaba las dos fuerzas, pudriéndose a unos metros de sus camaradas vivos, que no podían ir  por ellos para darles sepultura. Cuando aquella noche caía sobre los campos de batalla, sucedió algo ext

Dicen que todo puede pasar en este mundo, pues yo ahora tengo 101 días… Hace dos años atrás. Ayer por primera vez estuve todo el día consciente. Hoy lo sigo estando. No es a ratos, ni sólo instantes, puedes estar despierto siempre. La consciencia es un estado de vacío interior, que siempre está ahí, pero a lo cual tú reaccionas con discordia. La fragmentación que sentía era la dualidad, la perdida de ser quien creía que era y el recordar  lo que yo soy. Vivir entre estos dos estados es reciclar una culpa desde la cual  proyecto todas mis experiencias, experimentando  el autocastigo en sus distintas manifestaciones. Antes de la adolescencia, mucho antes, accedía a este vacío interior del que sólo me sacaban otros, después fue mi secreto,  en la adultez lo olvidé, más nunca regresé. A ratos entraba en estos estados cuando meditaba, pero también veía muchas cosas que no entendía. Me dijeron que lo que veía no era real pero para mí, era tan real, tan tangible, que

Parque del Este, Caracas En un asentamiento urbano al lado del río, vivía una familia compuesta por cinco integrantes, los padres y los hijos. Por una costumbre ancestral, los padres se dedicaban a la labor que habían hecho sus padres, sembrar la tierra. Estos a su vez enseñaban a sus hijos. Por aquel entonces, la sociedad se había modernizado y había cambiado la forma como se trabajaba en el campo y los hijos ahora asistían a la escuela. La familia tenía una hija y dos hijos, la chica iba creciendo entre mimos y consentimientos, aunque el padre intentaba aparentar severidad, terminaba cediendo a los caprichos de su hija, pero no había tal capricho, ella desde pequeña, tuvo la inquietud de ir a la universidad. Los padres prestaban poca atención a esto, creían que llegado el momento, la niña terminaría por cambiar de idea y aceptar su destino, ser la esposa de un granjero. Con el paso del tiempo, esta idea iba tomado más forma, ahora ella había elegido que profesión tener,